domingo, 19 de julio de 2009

Sábanas de llantos.


Sueña en sábanas de llantos
que entre noches ya te arropan.

Fueron dos de mil, o tantos
que entre lágrimas se ahorcan.

Una mano ardiente al tacto,
por tanto contacto ahoga
si al rozarse con el aire
en el cuello nace una soga.

Rasga y quiebra, a veces rompe
arañando su reproche,
y le pone sin ser de oro
-casi al instante- el broche.

miércoles, 1 de julio de 2009


Aun hoy me cuesta aceptar que hiciste de mí un cigarrillo entre tus labios, a veces tan fríos y otras, tan cálidos. Te he visto millones de veces enredarme entre tus dedos, a veces nervioso, otras calmando tu soledad entre humo. En una milésima de segundo se desataba todo ese fuego que me hacía arder, más no podía sentir el calor pues ya me sostenías entre tus labios. Quien iba a decirme, que un día llegaría a desear centímetro a centímetro aquello que claramente siempre se me había negado por ser mi perdición…

El fuego en contacto conmigo, empezaba a consumirme, agotarme, borrarme en el tiempo y el espacio, dándome sólo unos minutos para llenas tus pulmones, para abrasar los rincones escondidos de tu boca, de tus labios, de tu alma…

Como siempre, me apagaste, me hundiste, me rompiste en mil pedazos. Me consuela saber que llegué más lejos que nadie contigo, que recorrí tus lugares inhóspitos todavía esperando ser descubiertos, siendo humo, siendo nada, te alcancé, te amé.

lunes, 22 de junio de 2009

agua


Se resbala y me agita,
me mece y tirita
entre burbujas, tan frías…

Acaricia y empapa,
llevando en su curso
los restos de mi alma.

Se refugia en mi piel
enredando al sol
a quererla sin querer…

jueves, 18 de junio de 2009

Como siempre, como nunca.


Tú me tomas, tú me arrastras, como siempre, como nunca.

Me perdí en la memoria de algún loco sin mutua,

sin resguardo ni remite, y ya no me encuentro

por mas que busque mi nombre en lápidas de tu cementerio.

En mis manos, sangra un sentimiento ebrio

tiritando entre sábanas que no le arropan en sueños.

En sueños faltos de realidad y tiempo,

confundo mis delirios con tus ojos ciegos.

Ciegos de mirar al sol fijamente,

y de romper el tiempo espacio entre tanta gente.

No, estas no son palabras de cualquier demente.

Está claro: las palabras no valen nada,

y menos si ácida enferma está la boca que las propaga.

Y menos si loco ausente está el cerebro que las controla,

aun menos si el aroma que las embriaga

se pierde entre nubes, y se da de bruces contra el suelo.